Ayer,
sin yo quererlo, acabé de fiesta. De verdad que yo no quería acabar bebiendo,
pero me arrastraron a ello. O eso quiero haceros creer. Siguiendo el ritual, caminé hasta la parada de
autobuses que me dejaría en el centro de la ciudad. No era una noche de jueves
cualquiera, España disputaba ante Italia la semifinal de la Copa
Confederaciones. Me comía las uñas en mi casa mientras veía el partido y, para
no perderme nada, me llevé los cascos para escuchar la radio por el camino
mientras esperaba al autobús y llegaba a mi destino.
Llego
a la parada y me siento. 15 minutos le quedaban al autobús, nada más y nada
menos. Mi objetivo en ese momento era poder escuchar nítidamente el partido por
la radio. Los cascos supuse que los habría comprado en el chino porque tuve que
hacer malabares para escuchar un simple "Iniesta abre el balón a la
banda". Mientras ponía todo mi empeño en ello, una señora se plantó en la
parada, justo a mi lado, con su carro lleno de las chatarras que había estado
buscando a lo largo del día. Mientras yo escuchaba atentamente si España
conseguía marcar y evitar los penaltis, la señora se dispuso a abrir los
contenedores que allí se encontraban, a ver qué últimas cosas podía llevarse en
su carro.
Y ya
veis, así de extrañas y extremas son las caras de la vida, yo preocupada por si España
marcaba para pasar a la final de la Confederaciones y una señora buscando entre
la basura para poder vivir.
